Me falló la vista y muy a mi pesar tuve que visitar al oftalmólogo. Hace de diez años que no visito a un médico exceptuando las revisiones médicas de empresa.
La clínica visitada está cerca del barrio donde pasé mi infancia. La Isla Perdida.
En una futura entrada me dedicaré a contar el origen del nombre de este barrio y ciertas peculiaridades del mismo que lo hacen especial.
Una subida de tensión rompió un capilar en mi ojo derecho que dejó mi globo ocular sanguinolento y agravó mi vista cansada.
Al salir de la clínica me encontré con un matrimonio de edad avanzada, padres de uno de mis amigos de niñez y vecino de escalera. Carlos y Pepita.
Si mis padres cuentan más de setenta años, este matrimonio debe estar muy cerca de los ochenta si es que no los ha superado.
Me acerqué a ellos con el temor de que no me reconocieran. Pero me reconocieron inmediatamente.
La siguiente media hora la dedicamos a repasar los últimos años de mi vida y la de sus hijos. Todos casados y con hijos. Por la conversación desfilaron hijos, nietos y finalmente acabamos con el catálogo de dolencias que afectan a Carlos y Pepita.
Carlos Jesús, Francisco José y Ricardo son los nombres de sus hijos. Carlos Jesús, más cercano a mi edad fue con quien mantuve una amistad más dilatada en el tiempo. Actualmente tiene una hija de dieciocho años y está calvo. Hace muchos años que se fue a Barcelona a trabajar y nuestra amistad cayó en el olvido.
Todos los hermanos son de una altura considerable. Carlos y Pepita tan elegantes y erguidos antes iban hoy encorvados y con andar cansino. El último contratiempo fue una rotura de cadera. La edad hace estragos sobre los cuerpos.
De vuelta a casa no dejaron de desfilar por mi mente ecos de la conversación mantenida.
Fue algo así como un repaso rápido de mi vida y remover muchos recuerdos de los años pasados en aquel barrio. No menos de dieciséis.
Llegando a mi destino detuve el automóvil y pensé que hacía más de diez años que no veía a Carlos y Pepita y posiblemente si pasan diez años más no los volveré a ver con vida.
Los ecos de la última reflexión todavía hoy rebotan en mi cabeza. No dejo de pensar en mis padres.
La clínica visitada está cerca del barrio donde pasé mi infancia. La Isla Perdida.
En una futura entrada me dedicaré a contar el origen del nombre de este barrio y ciertas peculiaridades del mismo que lo hacen especial.
Una subida de tensión rompió un capilar en mi ojo derecho que dejó mi globo ocular sanguinolento y agravó mi vista cansada.
Al salir de la clínica me encontré con un matrimonio de edad avanzada, padres de uno de mis amigos de niñez y vecino de escalera. Carlos y Pepita.
Si mis padres cuentan más de setenta años, este matrimonio debe estar muy cerca de los ochenta si es que no los ha superado.
Me acerqué a ellos con el temor de que no me reconocieran. Pero me reconocieron inmediatamente.
La siguiente media hora la dedicamos a repasar los últimos años de mi vida y la de sus hijos. Todos casados y con hijos. Por la conversación desfilaron hijos, nietos y finalmente acabamos con el catálogo de dolencias que afectan a Carlos y Pepita.
Carlos Jesús, Francisco José y Ricardo son los nombres de sus hijos. Carlos Jesús, más cercano a mi edad fue con quien mantuve una amistad más dilatada en el tiempo. Actualmente tiene una hija de dieciocho años y está calvo. Hace muchos años que se fue a Barcelona a trabajar y nuestra amistad cayó en el olvido.
Todos los hermanos son de una altura considerable. Carlos y Pepita tan elegantes y erguidos antes iban hoy encorvados y con andar cansino. El último contratiempo fue una rotura de cadera. La edad hace estragos sobre los cuerpos.
De vuelta a casa no dejaron de desfilar por mi mente ecos de la conversación mantenida.
Fue algo así como un repaso rápido de mi vida y remover muchos recuerdos de los años pasados en aquel barrio. No menos de dieciséis.
Llegando a mi destino detuve el automóvil y pensé que hacía más de diez años que no veía a Carlos y Pepita y posiblemente si pasan diez años más no los volveré a ver con vida.
Los ecos de la última reflexión todavía hoy rebotan en mi cabeza. No dejo de pensar en mis padres.
Comentarios
Lo de la edad sí que no tiene remedio; polvo eres y en polvo te convertirás.
C'est la vie.
Y nuestros hijos tampoco crecerán nunca.
Y la subida de tensión espero que sea por tu Power y no por el trabajo.