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Mostrando entradas de febrero, 2011

Tarzanetes

No sé muy bien cómo enfocar el relato para que quede elegante. Intentarlo voy a intentarlo pero el tema es peligroso y no quisiera salir malparado. En diversas ocasiones he tenido el placer, claro por qué no decirlo, de comentar los episodios de mi vida en convivencia con los tarzanetes. Alguno pensará que se trata de una ordinariez pero al final todos acabamos confesando. Con el género femenino resulta más complicado, pero vaya, ellas se lo pierden. Habitualmente las épocas más comunes de convivir con ellos fueron los campamentos y acampadas de juventud y con toda seguridad durante el periodo militar. La poca higiene íntima, la falta de agua y la inexistencia de duchas y/o retretes es el caldo de cultivo que facilita la aparición de los tarzanetes. El agua es su mayor enemigo, me recuerda a los gremlins, y su ubicación es aquella donde crece el pelo y que normalmente se encuentra en la oscuridad y bajo capas de ropa que vagamente recuerdan su paso por la lavadora. Una vez i

Yo voy cómodo. ¿Y tú?

Siempre es bienvenido ver caras conocidas por el rio mientras corres. Hace años que corro por el rio y me cruzo de vez en cuando con un antiguo compañero de carrera, de farmacia no pedestre, apellidado Villanueva. Hemos tenido algún año que no nos hemos visto, pero la cabra acaba tirando al monte y hace unos días nos vimos de nuevo. En la última ocasión Ramón, el compañero de carrera, corría acompañado de su hijo que por más señas se llama como el mío. ¡Cómo comen los niños de hoy en día!. Y la de vitaminas que les damos. El hijo en cuestión tiene unos 18 años. Ramón es alto pero el hijo es muy alto. El chaval práctica atletismo en el Terra i Mar, pasa vallas para ser más concreto. El caso es que nos juntamos los tres a rodar unos minutos. Al poco de estar rodando sacamos el recurrente comentario entre corredores: - ¿Vas bien a este ritmo? - Si, bien, voy cómodo. Efectivamente como podéis imaginar íbamos por encima de nuestro ritmo habitual de rodaje pero poníamos cara de

Pi, pi, pi.

Son poco más de las seis de la mañana y como cada día laborable de la semana suena el despertador de mi teléfono pi, pi, pi. Con las legañas todavía en los ojos enciendo la cafetera pi, pi, pi y el calentador para afeitarme pi, pi, pi. Con la cara lavada y la ropa puesta me pongo el café y la leche que previamente calenté con el microondas, no sin antes escuchar el pi, pi, pi que me indica que la leche está caliente. Salgo al descansillo de la escalera y llamo al ascensor pi, pi, pi. Una vez marcado el sótano pi, pi, pi llego frente al coche y acciono el mando que abre las puertas del coche pi, pi, pi. Arranco el coche e inmediatamente me avisa que olvidé ajustar mi cinturón de seguridad pi, pi, pi. La puerta del aparcamiento se acciona con el conocido pi, pi, pi. La radio me da las señales horarias. Adivínenlo pi, pi, pi. Ya en mi puesto de trabajo enciendo el ordenador que me saluda con su pi, pi, pi. ¿Debo seguir? Todavía quedan románticos que siguen hablando de la canción