Siempre diré que la carrera continua o de largo aliento es el deporte que prefiero y espero poder seguir practicándolo muchos años más aunque sea con altibajos.
Pero este fin de semana pasado surgió la oportunidad de cambiar de deporte y no dejé escapar la ocasión. Además aprovechaba para fortalecer lazos de amistad con “mi amigo”.
Felicidades chaval, ya son 49 y subiendo.
El domingo pasado a las nueve de la mañana nos presentamos cinco elementos con nuestras bicicletas de montaña en la estación del Norte de Valencia para tomar el tren que nos llevaría hasta la población de Caudiel y desde allí descender en bicicleta hasta casa por la vía verde y la antigua carretera de Teruel. En total más de 70 km.
Llegados a Caudiel sobre las once de la mañana iniciamos el recorrido que, en mi caso, acabó en el garaje de mi casa pasadas las 4 de la tarde. Cinco horitas de las cuales me sobraron las dos últimas para ser la primera vez.
La piernas cansadas, muy cansadas, y las posaderas doloridas, muy doloridas. Pero contento y reconfortado por la experiencia que sin duda he de repetir.
Pero no me voy a detener en contar detalles del recorrido, cosa que dejo para las carreritas por el rio acompañado de los amiguetes, y si voy a contar sensaciones de la jornada.
En primer lugar correr en bici de montaña tiene una diferencia fundamental con el correr. Y es que se puede hablar prácticamente en todo momento y además permite dejar de pedalear frecuentemente. Un descanso para las piernas.
Otra de las sensaciones recibidas fue ver la cara de uno de los componentes del grupo en una de las primeras paradas de avituallamiento cuando se fijó en la bici que yo conducía:
- ¿Cuántos años tiene esa bicicleta?
- Unos veinte o más.
Huelga decir que las bicicletas del resto contenían los siguientes elementos que para mi eran parte de la ciencia ficción de las bicicletas: cuadro de aluminio, cuadro de carbono, calapies automáticos, Spiuk, frenos de disco hidráulicos, piñón de once, badanas, horquilla hidráulica y muchas cosas más que no logro recordar.
Nunca pensé que podría descender una larga recta con plato grande y piñón pequeño pedaleando a tope. No debía alcanzar más allá de los 50km/h pero las sensaciones de velocidad eran sensacionales. Excitante. Quiero repetir.
Y no menos sensacional fue tener que detener la bici al final de la cuesta con mis frenos de zapatas. Ahí entendí lo de los frenos de disco. Todavía sudo.
Atravesar los antiguos túneles del ferrocarril casi en oscuridad pedaleando con fuerza estuvo muy divertido.
En las zonas de tierra bacheadas entendí muy bien la utilidad de la suspensión. Mis posaderas también.
Llegados a Torres Torres pude disfrutar de un de esos placeres que están reservados a los ciclistas domingueros de ruta. Nos detuvimos en un bar del pueblo y rodeados de paisanos nos metimos entre pecho y espalda, bocadillo y cerveza con sus aceitunas y cacaos. Reconstituyente y necesario.
Y llegados a Sagunto tras cuatro horas de pedaleo tomamos la Via Augusta que nos conducía hasta Valencia. Empezamos llaneando a buen ritmo pero mis piernas dijeron basta.
Me sobró la última hora de pedaleo. Espero estar a la altura en próximas ocasiones.
En resumen las sensaciones fueron de cansancio pero acabé contento y con ganas de volver a repetir.
Gracias amigo.
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Pero este fin de semana pasado surgió la oportunidad de cambiar de deporte y no dejé escapar la ocasión. Además aprovechaba para fortalecer lazos de amistad con “mi amigo”.
Felicidades chaval, ya son 49 y subiendo.
El domingo pasado a las nueve de la mañana nos presentamos cinco elementos con nuestras bicicletas de montaña en la estación del Norte de Valencia para tomar el tren que nos llevaría hasta la población de Caudiel y desde allí descender en bicicleta hasta casa por la vía verde y la antigua carretera de Teruel. En total más de 70 km.
Llegados a Caudiel sobre las once de la mañana iniciamos el recorrido que, en mi caso, acabó en el garaje de mi casa pasadas las 4 de la tarde. Cinco horitas de las cuales me sobraron las dos últimas para ser la primera vez.
La piernas cansadas, muy cansadas, y las posaderas doloridas, muy doloridas. Pero contento y reconfortado por la experiencia que sin duda he de repetir.
Pero no me voy a detener en contar detalles del recorrido, cosa que dejo para las carreritas por el rio acompañado de los amiguetes, y si voy a contar sensaciones de la jornada.
En primer lugar correr en bici de montaña tiene una diferencia fundamental con el correr. Y es que se puede hablar prácticamente en todo momento y además permite dejar de pedalear frecuentemente. Un descanso para las piernas.
Otra de las sensaciones recibidas fue ver la cara de uno de los componentes del grupo en una de las primeras paradas de avituallamiento cuando se fijó en la bici que yo conducía:
- ¿Cuántos años tiene esa bicicleta?
- Unos veinte o más.
Huelga decir que las bicicletas del resto contenían los siguientes elementos que para mi eran parte de la ciencia ficción de las bicicletas: cuadro de aluminio, cuadro de carbono, calapies automáticos, Spiuk, frenos de disco hidráulicos, piñón de once, badanas, horquilla hidráulica y muchas cosas más que no logro recordar.
Nunca pensé que podría descender una larga recta con plato grande y piñón pequeño pedaleando a tope. No debía alcanzar más allá de los 50km/h pero las sensaciones de velocidad eran sensacionales. Excitante. Quiero repetir.
Y no menos sensacional fue tener que detener la bici al final de la cuesta con mis frenos de zapatas. Ahí entendí lo de los frenos de disco. Todavía sudo.
Atravesar los antiguos túneles del ferrocarril casi en oscuridad pedaleando con fuerza estuvo muy divertido.
En las zonas de tierra bacheadas entendí muy bien la utilidad de la suspensión. Mis posaderas también.
Llegados a Torres Torres pude disfrutar de un de esos placeres que están reservados a los ciclistas domingueros de ruta. Nos detuvimos en un bar del pueblo y rodeados de paisanos nos metimos entre pecho y espalda, bocadillo y cerveza con sus aceitunas y cacaos. Reconstituyente y necesario.
Y llegados a Sagunto tras cuatro horas de pedaleo tomamos la Via Augusta que nos conducía hasta Valencia. Empezamos llaneando a buen ritmo pero mis piernas dijeron basta.
Me sobró la última hora de pedaleo. Espero estar a la altura en próximas ocasiones.
En resumen las sensaciones fueron de cansancio pero acabé contento y con ganas de volver a repetir.
Gracias amigo.
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Comentarios
El almuerzo de los ciclistas. Siempre he pensado que la definición de ciclista aficionado es aquel que se va a almorzar muy lejos y en bicicleta. Sin almuerzo la bici no tendría sentido.
Y las bodas de oro en Nueva York.
No te cojo la idea de NY.
Algunos comentaron que lo celebrarían corriendo el maratón de Nueva York.
Yo me voy con ellos.