Tengo un hijo que es un portento físico (qué esperabais que dijera siendo yo el padre de la criatura con un alto porcentaje de certidumbre) que juega y entrena en un club de baloncesto y otro de fútbol.
Entre semana entrena en días alternos en cada uno de los clubs y el fin de semana ejerzo de “madre de la Pantoja” llevando al niño a disputar torneos de fútbol 7, de baloncesto o ambos en el mismo fin de semana.
Cuando se nos juntan dos partidos en la misma mañana la situación acaba siendo cómica.
Con uno de los partidos a punto de terminar, sacamos al niño del campo y lo subimos de inmediato al coche donde espera mi mujer con el motor encendido para salir a toda prisa a la cancha donde se disputa el siguiente partido. En el trayecto se cambia de equipaje en el asiento trasero del coche y come algo.
No me puedo quejar pues en el fondo disfrutamos todos con el ajetreo de los partidos. Al final creas un círculo de amistad con los padres de los compañeros de equipo del niño que a menudo acaba en almuerzos, comidas y meriendas muy entretenidas. Y si, es cierto, cualquier escusa para no salir a correr.
Pero en esta entrada quería contar la transformación que sufrimos los padres cuando juegan nuestros hijos. Por momentos no me reconozco.
Comienza el partido y los padres nos vamos a la banda del campo dispuestos a gritar sin descanso.
De nada sirven las indicaciones de los entrenadores sobre la conveniencia de dejar que sean ellos los que dirijan a los críos. Los padres lanzamos unos gritos tremendos animando a los jugadores como si la vida nos fuera en ello. La voz del entrenador se ve ahogada frente al club de energúmenos que formamos los padres.
En todo momento intentamos mantener la educación y no insultar al árbitro innecesariamente pero una coral de padres energúmenos animando a “grito pelado” cada una de las acciones de nuestros hijos no debe ser un espectáculo muy gratificante.
Llegamos a alcanzar un refinamiento a la hora de engarzar las voces de cada uno de los padres en cada una de las acciones de los respectivos hijos que podrían competir de tú a tú con los coros del ejército ruso.
He llegado a la conclusión de que estas demostraciones de capacidad torácica son la mejor de las terapias para liberar energías y terapias anti-stress. Me rio yo de la talasoterapia, la risoterapia, la chocolaterapia y cientos de terapias más que no son ni de lejos tan relajantes como la energumenoterapia.
Y no quiero dejar pasar por alto la oportunidad de recordar las sesiones de colorterapia que recibió un buen amigo que por estos días celebra su cincuenta cumpleaños. A cuenta de esas sesiones pudimos echar unas risas sobre el resultado de las mismas. Pero no quiero hacer aquí sangre de las sesiones de colorterapia y si el citado “paciente” quiere será él mismo quien nos cuente la experiencia.
Así pues si no tiene un hijo a mano eche mano de un sobrino, nieto o vecino y a gritar a todo pulmón.
Debería entrar como recomendación de la Seguridad social como terapia anti-stress.
Y si se cruzan conmigo en alguna cancha, vayan por delante mis disculpas más sinceras y tengan la seguridad de que al final del partido vuelvo a mi estado natural.
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Entre semana entrena en días alternos en cada uno de los clubs y el fin de semana ejerzo de “madre de la Pantoja” llevando al niño a disputar torneos de fútbol 7, de baloncesto o ambos en el mismo fin de semana.
Cuando se nos juntan dos partidos en la misma mañana la situación acaba siendo cómica.
Con uno de los partidos a punto de terminar, sacamos al niño del campo y lo subimos de inmediato al coche donde espera mi mujer con el motor encendido para salir a toda prisa a la cancha donde se disputa el siguiente partido. En el trayecto se cambia de equipaje en el asiento trasero del coche y come algo.
No me puedo quejar pues en el fondo disfrutamos todos con el ajetreo de los partidos. Al final creas un círculo de amistad con los padres de los compañeros de equipo del niño que a menudo acaba en almuerzos, comidas y meriendas muy entretenidas. Y si, es cierto, cualquier escusa para no salir a correr.
Pero en esta entrada quería contar la transformación que sufrimos los padres cuando juegan nuestros hijos. Por momentos no me reconozco.
Comienza el partido y los padres nos vamos a la banda del campo dispuestos a gritar sin descanso.
De nada sirven las indicaciones de los entrenadores sobre la conveniencia de dejar que sean ellos los que dirijan a los críos. Los padres lanzamos unos gritos tremendos animando a los jugadores como si la vida nos fuera en ello. La voz del entrenador se ve ahogada frente al club de energúmenos que formamos los padres.
En todo momento intentamos mantener la educación y no insultar al árbitro innecesariamente pero una coral de padres energúmenos animando a “grito pelado” cada una de las acciones de nuestros hijos no debe ser un espectáculo muy gratificante.
Llegamos a alcanzar un refinamiento a la hora de engarzar las voces de cada uno de los padres en cada una de las acciones de los respectivos hijos que podrían competir de tú a tú con los coros del ejército ruso.
He llegado a la conclusión de que estas demostraciones de capacidad torácica son la mejor de las terapias para liberar energías y terapias anti-stress. Me rio yo de la talasoterapia, la risoterapia, la chocolaterapia y cientos de terapias más que no son ni de lejos tan relajantes como la energumenoterapia.
Y no quiero dejar pasar por alto la oportunidad de recordar las sesiones de colorterapia que recibió un buen amigo que por estos días celebra su cincuenta cumpleaños. A cuenta de esas sesiones pudimos echar unas risas sobre el resultado de las mismas. Pero no quiero hacer aquí sangre de las sesiones de colorterapia y si el citado “paciente” quiere será él mismo quien nos cuente la experiencia.
Así pues si no tiene un hijo a mano eche mano de un sobrino, nieto o vecino y a gritar a todo pulmón.
Debería entrar como recomendación de la Seguridad social como terapia anti-stress.
Y si se cruzan conmigo en alguna cancha, vayan por delante mis disculpas más sinceras y tengan la seguridad de que al final del partido vuelvo a mi estado natural.
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Comentarios
No te quiero decir nada con esto. No creo que sea tu caso. Siempre se dijo que la gente iba al fútbol a decirle al árbitro lo que no se atrevía a decirle ni a su mujer ni a su jefe. Tampoco quiero decirte nada con esto. No creo que sea tu caso.
Si hay algo de lo que me avergüenzo cuando voy a ver jugar a mi nano por ahí, es de pertenecer al estamento de los padres. ¡Vaya panda! Algunos son auténticos cabreros y deberían multarles por decir lo que dicen, y sobre todo, por cómo lo dicen (y no digo que sea tu caso, que conste).
Pero yo te pediría, en nombre del club, de los críos y de nuestra amistad, si alguna vez la hubo, que buscaras otros desahogos para el estrés más compatibles con la carrera futbolística de tu hijo. Él te lo agradecerá.
Todo esto desde el cariño, que conste.
Sin ir más lejos este pasado sábado pude practicar el berrido sin control desde la banda. Llegué a exasperar a los padres del equipo contrario y no me siento culpable en absoluto.
Por cierto, vencieron mis chicos.