El pasado mes de junio quedará en los anales de mi escasa historia como uno de los más desafortunados.
La suerte me giró la cara y me ha premiado con extrañas circunstancias. Aquí están los hechos.
Subo al coche tras recoger a mi hijo del colegio, meto la llave para arrancar y el ingenio mecánico que alberga el capó de mi coche dice que hasta aquí llegó.
Llamo al taller de un conocido y le explico el problema:
- Pues eso, que no va
- Tráetelo para acá con la grúa y lo arreglamos. Será el caudalímetro
- Me tranquilizas Vicente, será eso, el caudalímetro
Cuelgo el móvil y me quedo pensativo unos instantes. ¿el caudalímetro? ¿pero, mi coche tiene de eso? ¿Y para qué?
Esto solo era el inicio de lo que se me venía encima.
Segundo acto del drama. Contactar con la aseguradora para que me envíen la grúa.
Llamo y me responde el contestador automático de la aseguradora:
- Marque 1 para bla, bla, bla, marque 2 para …. Y así cinco minutos.
Escojo la opción 3 y sale la música de nuevo con la consabida locución:
- Todos nuestros operadores están ocupados le atenderemos en unos instantes
Y así VEINTE MINUTOS.
Desesperado cuelgo y vuelvo a llamar.
Se repite la situación anterior pero con agravantes. Mi niño se pone pesado y empieza algo peor que la mierda del contestador automático de la aseguradora.
- Papá pis
- Papá caca
- Papá sed
- Papà, ¿Qué pasa? ¿qué hacemos aquí? ¿Y la mamá?
Estoy a las afueras de Valencia en medio de una urbanización semidesierta y la aseguradora me tiene más de una hora al teléfono. Creedme, es cierto
Finalmente consigo hablar con un ser humano perteneciente a la plantilla de la aseguradora al que le doy mi dirección para que acuda la grúa. Prometen que en media hora la tengo allí.
Respiro hondo repetidas veces para no desesperar.
Os lo podéis imaginar. Hora y cuarto para que llegue la grúa. Se perdió, estaba claro.
Al menos también llegó mi mujer con su coche para recogernos y aliviar la situación.
El coche va camino del taller y se avecina el tercer acto del drama.
Tercer acto. Día siguiente al de la avería.
- Vicente. ¿qué le pasa al coche?
- Es cosa de dos días. Le meto la máquina de autodiagnóstico y lo reparamos enseguida. Estos coches asiáticos llevan mucha electrónica y con el autodiagnóstico es coser y cantar.
Pasa un día entero y sigo sin noticias. Llamo a Vicente y noto cierto temblor en su voz. La avería se resiste y tiene desmontado medio coche. No quiero verlo ni pensarlo.
Sin entretenerme mucho en los detalles llegamos a la semana siguiente de la avería y sin noticias de la avería. El coche sigue sin arrancar.
Aleluya. Ocho días después de la avería encuentran el motivo.
Falló el E.G.R. Lo cambiaron por uno nuevo y el coche a funcionar a las mil maravillas.
Vicente, el mecánico, estuvo diez minutos explicándome la avería y la utilidad del E.G.R.
Esta maravillosa pieza sustituida está en el maletero del coche y solo puedo recordar que sirve para dirigir el retorno de los gases y pesa un quintal. ¿? Joder con los gases
Hasta aquí todo podría quedar en una anécdota más si no fuera por la factura.
El E.G.R. 700€, tres máquinas de autodiagnóstico, mano de obra, aceite (bueno, muy bueno) y un par de cosas más. Total 1200€
Esta vez fue el E.G.R. ¿La próxima será el J.K.L.? O peor aun el S.P.M.
Me cago en la P.M. de los asiáticos, su electrónica y la máquina de autodiagnóstico.
Descuidad no dejaré de contarlo.
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