El pasado sábado volví a hacer una buena rodada de más de 2h30’. Acompañé a dos trotones que a una marcha de algo menos de 6’ el km nos metimos entre pecho y espalda más de 25 km.
Algo de científico tenía la tarea pues sigo experimentando acerca de la relación entre la inteligencia y el correr. Todavía no he alcanzado conclusiones pero paralelamente no dejo de elucubrar sobre la relación entre el correr y la capacidad de hablar incansablemente. Prometo resultados.
Llegando a casa nos cruzamos con el vecino A. Su imagen sigue grabada en mi mente y no dejo de pensar en el asunto. No hace mucho que se jubiló (a éste no le importa mucho la polémica de la edad de jubilación a los 67) y menos que le diagnosticaron un cáncer de pulmón.
Ha perdido en pocas semanas más de 20 kg y la sensación que ofrecía era la de un alma en pena. Desolador.
Siento mezclar temas tan crudos con otros frívolos pero así es como nos golpea la vida en tan cortos espacios de tiempo.
Pocos días antes un amigo visitó a A. en su domicilio y A. le confesaba que solo pedía unos pocos años más de vida para ver crecer a sus nietos. Al salir del domicilio la mujer de A. con voz entrecortada comunicaba a mi amigo que la “cosa” era cuestión de meses.
Llegando al parquecillo cerca de casa uno de mis compañeros de correría nos comentaba la posibilidad de cruzar la zona de juegos mientras las madres cuidan de sus niños y si hay suerte alguna se agacha y nos enseña el tanga. No hubo suerte pues era un poco temprano y la meteorología no acompañaba. Estas cosas sirven para hacer más llevaderos “los largos” ¿no?
Y pocos metros más allá nos cruzamos con A.
Así es, primero la zanahoria y después el palo. ¡Vaya mierda compañero!
Tengo a mi hijo durmiendo a mi lado mientras escribo y puedo acariciarle. Lloro de alegría.
Noticias inquietantes sobre la salud de familiares cercanos llegan a mis oídos. Joder y además es lunes.
Ahí está la báscula electrónica que acabamos de adquirir. Solo falta que le conecte la batería, meterle datos y ponerme encima. El manual promete darme la masa corporal, el peso, el porcentaje de grasa, mi biotipo y un montón de cosas más. Yo sigo leyendo la letra pequeña del manual porque como insinúe algo acerca de si peso más de la cuenta y me diga que debo adelgazar me lio a leches con la báscula.
Y no puedo quejarme porque viendo la que está cayendo sería un delito hacerlo. E insisto, mi hijo duerme al lado y puedo acariciarlo.
Creo que después de años evitándolo ahora voy a hacerlo. Escribiré sobre mi sobrino Alejandro.
Algo de científico tenía la tarea pues sigo experimentando acerca de la relación entre la inteligencia y el correr. Todavía no he alcanzado conclusiones pero paralelamente no dejo de elucubrar sobre la relación entre el correr y la capacidad de hablar incansablemente. Prometo resultados.
Llegando a casa nos cruzamos con el vecino A. Su imagen sigue grabada en mi mente y no dejo de pensar en el asunto. No hace mucho que se jubiló (a éste no le importa mucho la polémica de la edad de jubilación a los 67) y menos que le diagnosticaron un cáncer de pulmón.
Ha perdido en pocas semanas más de 20 kg y la sensación que ofrecía era la de un alma en pena. Desolador.
Siento mezclar temas tan crudos con otros frívolos pero así es como nos golpea la vida en tan cortos espacios de tiempo.
Pocos días antes un amigo visitó a A. en su domicilio y A. le confesaba que solo pedía unos pocos años más de vida para ver crecer a sus nietos. Al salir del domicilio la mujer de A. con voz entrecortada comunicaba a mi amigo que la “cosa” era cuestión de meses.
Llegando al parquecillo cerca de casa uno de mis compañeros de correría nos comentaba la posibilidad de cruzar la zona de juegos mientras las madres cuidan de sus niños y si hay suerte alguna se agacha y nos enseña el tanga. No hubo suerte pues era un poco temprano y la meteorología no acompañaba. Estas cosas sirven para hacer más llevaderos “los largos” ¿no?
Y pocos metros más allá nos cruzamos con A.
Así es, primero la zanahoria y después el palo. ¡Vaya mierda compañero!
Tengo a mi hijo durmiendo a mi lado mientras escribo y puedo acariciarle. Lloro de alegría.
Noticias inquietantes sobre la salud de familiares cercanos llegan a mis oídos. Joder y además es lunes.
Ahí está la báscula electrónica que acabamos de adquirir. Solo falta que le conecte la batería, meterle datos y ponerme encima. El manual promete darme la masa corporal, el peso, el porcentaje de grasa, mi biotipo y un montón de cosas más. Yo sigo leyendo la letra pequeña del manual porque como insinúe algo acerca de si peso más de la cuenta y me diga que debo adelgazar me lio a leches con la báscula.
Y no puedo quejarme porque viendo la que está cayendo sería un delito hacerlo. E insisto, mi hijo duerme al lado y puedo acariciarlo.
Creo que después de años evitándolo ahora voy a hacerlo. Escribiré sobre mi sobrino Alejandro.
Comentarios
Y, comparado con la muerte, todo es ridículo. Nuestros dramas por no alcanzar el peso, por una mala carrera, por tantas cosas. Pero no puedes ser fatalista. Sólo tenemos una vida y se trata de ser feliz. Intentémoslo, por lo menos. Aunque no sea más que porque es nuestra obligación.
Cambiando de tercio: ¿Quien era el pícaro trotón que propuso ir a ver tangas, no sería Carmelito?
Y no, no soy fatalista.
Simplemente tengo altibajos, como todos, y esta es una buena manera de echar los demonios fuera.
Creo que soy vitalista y bienintencionado.
Los ánimos están por todo lo alto y con ganas de ver como disfrutáis en vuestra cita del mes de febrero.
Yo estoy disfrutando de la carrera a pie desde una visión menos competitiva pero ardo en deseos de competir. Como los osos, al acabar el invierno saldré de mi madriguera a correr por el monte.
El pícaro trotón del tanga aparecerá por aquí tarde o temprano y espero que se autoidentifique.
Definitivamente tu amigo es un insensato.
Dale una colleja de mi parte.
Pero grande, grande