El nombre de esta pequeña ciudad situada en la costa oeste del continente africano, antes llamado Sahara occidental, es poco conocida pero posee especial significado para mi.
Situada en la costa sahariana entre El Aiun y Dackla. Y decir entre es muy atrevido pues entre estas ciudades hay más de 500 km.
Circunstancias y avatares variados me llevaron, junto a dos socios, a verme envuelto en la creación de una empresa de congelación de pescado y marisco y su distribución en Valencia.
Boujdour era la población donde levantamos la factoría por estar muy bien situada para la captación del pescado, sepia y calamar principalmente, de los puertos saharianos del antiguamente conocido como Sahara español.
Boujdour es una ciudad costera con un pequeño puerto donde cada día llegan barcas dedicadas a la pesca artesanal y rodeada por el desierto. El desierto que rodea a esta pequeña ciudad no se parece a la idea de desierto que tenía antes de llegar allí. El desierto allí es un terreno árido, pedregoso y lleno de matorrales bajos. Y para completar el paisaje no faltan manadas de camellos vagando por allí.
La carretera que llega desde El Aiun es una franja de asfalto rectilíneo paralela a la costa atlántica, de un carril de anchura y que se pierde en el horizonte.
Por fortuna hice algunas fotos que podré escanear y que a buen seguro ilustrarán lo que relato.
Allí estábamos tres españoles perdidos en aquel pueblo del Sahara Occidental intentando montar la empresa de congelación.
No entro en detalles ahora de lo que significa instalar una factoría de congelación de pescado en un pueblo donde lo más próximo al frío es la nevera del bar del pueblo. Se compra allí la carne, el pescado y la verdura para el consumo diario pues no existen medios de conservación más allá de la salazón o el secado al sol.
La imagen que quiero traer aquí es la mía sentado en una silla al caer la tarde leyendo. Como hago en cada viaje me acompaño de un libro y en este caso era “La tabla de Flandes” de Arturo Pérez Reverte. Un poco más allá de mi silla estaba como cada día sentado en el suelo un joven marroquí cuya función en la empresa era ayudar durante el día a los obreros y después actuar de vigilante de la factoría durmiendo en un rincón de la sala por la noche.
Como cada día yo leía y el joven me miraba sin apartar la vista de mi, preocupado en todo momento de que el vaso de té que tenía a mi lado no estuviera nunca vacío hasta que me cansaba y salíamos a pasear por la calle central de Boujdour.
Finalmente pude entablar una dificultosa charla con aquel joven para intentar averiguar por qué se quedaba allí mirándome con tanta atención cada tarde. El francés del joven era rudimentario y mi conocimiento del árabe nulo.
Su contestación fue qué estaba sorprendido e intrigado por entender que podía poner en aquel libro para mantener mi atención fija en aquellas páginas cada tarde a la misma hora. No quería que me despistara y por tanto estaba siempre atento para tener mi vaso de té siempre lleno.
Los días de vacaciones que pedí en mi empresa para poner en marcha aquella empresa se acabaron y volvimos a Valencia.
El asunto de la empresa no acabó bien, pero hoy me pregunto si fui capaz de explicarle a aquel joven lo que se puede esconder en las páginas de un libro.
Situada en la costa sahariana entre El Aiun y Dackla. Y decir entre es muy atrevido pues entre estas ciudades hay más de 500 km.
Circunstancias y avatares variados me llevaron, junto a dos socios, a verme envuelto en la creación de una empresa de congelación de pescado y marisco y su distribución en Valencia.
Boujdour era la población donde levantamos la factoría por estar muy bien situada para la captación del pescado, sepia y calamar principalmente, de los puertos saharianos del antiguamente conocido como Sahara español.
Boujdour es una ciudad costera con un pequeño puerto donde cada día llegan barcas dedicadas a la pesca artesanal y rodeada por el desierto. El desierto que rodea a esta pequeña ciudad no se parece a la idea de desierto que tenía antes de llegar allí. El desierto allí es un terreno árido, pedregoso y lleno de matorrales bajos. Y para completar el paisaje no faltan manadas de camellos vagando por allí.
La carretera que llega desde El Aiun es una franja de asfalto rectilíneo paralela a la costa atlántica, de un carril de anchura y que se pierde en el horizonte.
Por fortuna hice algunas fotos que podré escanear y que a buen seguro ilustrarán lo que relato.
Allí estábamos tres españoles perdidos en aquel pueblo del Sahara Occidental intentando montar la empresa de congelación.
No entro en detalles ahora de lo que significa instalar una factoría de congelación de pescado en un pueblo donde lo más próximo al frío es la nevera del bar del pueblo. Se compra allí la carne, el pescado y la verdura para el consumo diario pues no existen medios de conservación más allá de la salazón o el secado al sol.
La imagen que quiero traer aquí es la mía sentado en una silla al caer la tarde leyendo. Como hago en cada viaje me acompaño de un libro y en este caso era “La tabla de Flandes” de Arturo Pérez Reverte. Un poco más allá de mi silla estaba como cada día sentado en el suelo un joven marroquí cuya función en la empresa era ayudar durante el día a los obreros y después actuar de vigilante de la factoría durmiendo en un rincón de la sala por la noche.
Como cada día yo leía y el joven me miraba sin apartar la vista de mi, preocupado en todo momento de que el vaso de té que tenía a mi lado no estuviera nunca vacío hasta que me cansaba y salíamos a pasear por la calle central de Boujdour.
Finalmente pude entablar una dificultosa charla con aquel joven para intentar averiguar por qué se quedaba allí mirándome con tanta atención cada tarde. El francés del joven era rudimentario y mi conocimiento del árabe nulo.
Su contestación fue qué estaba sorprendido e intrigado por entender que podía poner en aquel libro para mantener mi atención fija en aquellas páginas cada tarde a la misma hora. No quería que me despistara y por tanto estaba siempre atento para tener mi vaso de té siempre lleno.
Los días de vacaciones que pedí en mi empresa para poner en marcha aquella empresa se acabaron y volvimos a Valencia.
El asunto de la empresa no acabó bien, pero hoy me pregunto si fui capaz de explicarle a aquel joven lo que se puede esconder en las páginas de un libro.
Comentarios
Te vio leer. Igual se intrigó, comenzó él también y tal vez ahora posea una biblioteca con varios cientos de ejemplares.
Cuenta más batallas de Boujdour, por favor.