El pasado sábado 5 de noviembre empecé la temporada de las cenas navideñas. Un poco pronto, sí.
A falta de casi dos meses del inicio de la navidad me reuní con los compañeros de promoción universitaria de mi mujer.
Pocas novedades respecto a las anteriores si no contamos la aparición de una pareja con la que habíamos perdido el contacto años atrás y con la mantuvimos una estrecha amistad, ahora convertida en tibia amistad.
Un par de anécdotas divertidas podré contar gracias a la costumbre de finalizar esta cena con un reparto de regalos al estilo amigo invisible.
Como en años anteriores el regalo que me correspondió queda enmarcado en la categoría de primer premio en la galería de los horrores. Siempre me quedará el consuelo de que no fue el peor.
La cena tuve un inesperado giro hacia la media noche cuando todos los comensales cantaron al unísono el cumpleaños feliz. Me tuve que levantar y agradecer el detalle.
Pero quería traer aquí una frase escuchada a uno de los comensales poco más tarde en un pub mientras tomábamos unas copas:
- Debo ser el tío más feliz en tres kilómetros a la redonda.
Ahora que estoy más cerca del décimo lustro cumplido soy un poco más sensible a estas cuestiones de la felicidad y esta sentencia me dejó un poco aturdido.
No voy a entrar en las circunstancias personales del fulano que dijo esta frase y que dado el cambio de rumbo dado en su vida podría ser cierta, o no. El tiempo se lo dirá.
La cuestión es:
- ¿Qué es la felicidad?
- ¿Cómo se mide la felicidad?
Soy de ciencias y por tanto tengo claro que medir es comparar con un patrón. Luego para saber cuan feliz soy necesito conocer el patrón. ¿Dónde está el patrón?
Acaso el fulano aquel tiene acceso reservado a los patrones y los demás no nos hemos enterado.
Será más feliz el monje en su retiro espiritual de la montaña rodeado de naturaleza y un mínimo de posesiones materiales o el rico terrateniente rodeado de los más lujosos bienes terrenales.
Pues vaya usted a saber, ¿no?
El caso es que sigo buscando el patrón que me ayude a conocer la medida de mi felicidad y de paso intento disfrutar el camino. Y así vuelvo a una de mis primeras entradas que hablaba del “Viaje a Itaca”.
Sed felices pues.
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A falta de casi dos meses del inicio de la navidad me reuní con los compañeros de promoción universitaria de mi mujer.
Pocas novedades respecto a las anteriores si no contamos la aparición de una pareja con la que habíamos perdido el contacto años atrás y con la mantuvimos una estrecha amistad, ahora convertida en tibia amistad.
Un par de anécdotas divertidas podré contar gracias a la costumbre de finalizar esta cena con un reparto de regalos al estilo amigo invisible.
Como en años anteriores el regalo que me correspondió queda enmarcado en la categoría de primer premio en la galería de los horrores. Siempre me quedará el consuelo de que no fue el peor.
La cena tuve un inesperado giro hacia la media noche cuando todos los comensales cantaron al unísono el cumpleaños feliz. Me tuve que levantar y agradecer el detalle.
Pero quería traer aquí una frase escuchada a uno de los comensales poco más tarde en un pub mientras tomábamos unas copas:
- Debo ser el tío más feliz en tres kilómetros a la redonda.
Ahora que estoy más cerca del décimo lustro cumplido soy un poco más sensible a estas cuestiones de la felicidad y esta sentencia me dejó un poco aturdido.
No voy a entrar en las circunstancias personales del fulano que dijo esta frase y que dado el cambio de rumbo dado en su vida podría ser cierta, o no. El tiempo se lo dirá.
La cuestión es:
- ¿Qué es la felicidad?
- ¿Cómo se mide la felicidad?
Soy de ciencias y por tanto tengo claro que medir es comparar con un patrón. Luego para saber cuan feliz soy necesito conocer el patrón. ¿Dónde está el patrón?
Acaso el fulano aquel tiene acceso reservado a los patrones y los demás no nos hemos enterado.
Será más feliz el monje en su retiro espiritual de la montaña rodeado de naturaleza y un mínimo de posesiones materiales o el rico terrateniente rodeado de los más lujosos bienes terrenales.
Pues vaya usted a saber, ¿no?
El caso es que sigo buscando el patrón que me ayude a conocer la medida de mi felicidad y de paso intento disfrutar el camino. Y así vuelvo a una de mis primeras entradas que hablaba del “Viaje a Itaca”.
Sed felices pues.
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Comentarios
Personalmente pienso en ser feliz, no en ser ni más feliz que ni menos feliz que.