Aprovecharé mi corta incursión en el mundo de las artes marciales para recordar a un viejo conocido y levantar alguna sonrisa.
En uno de mis primeros empleos coincidí con Satur.
Satur y yo entramos en la empresa de equipamiento científico al mismo tiempo y rápidamente congeniamos. Ambos estábamos solteros y en un periodo “entrenovias”.
Al terminar la jornada laboral aprovechábamos para tomar una cerveza por el barrio. Vivíamos relativamente cerca y al volver a casa pasábamos frecuentemente frente a la puerta del gimnasio del barrio.
Aquel día pudimos leer en la puerta del gimnasio:
- Abiertas las inscripciones para las clases de Taekwondo.
Nos miramos a la cara y sin cruzar palabra entramos directos a la recepción del centro.
La señorita de recepción avisó sin dilación al profesor de artes marciales para que iniciara los trámites de inscripción y nos introdujera en el singular mundo de las artes marciales.
El interrogatorio para poder entrar en el selecto grupo de alumnos lo superamos con facilidad pues fue suficiente con que respondiéramos al unísono a la primera pregunta:
- ¿Han practicado antes artes marciales o conocen el taekwondo?
- Sin duda. Hemos visto todas las películas de Bruce Lee y alguna de Chuck Norris.
Primera prueba superada, estábamos admitidos en el nivel de principiantes y salimos del gimnasio ansiosos por iniciarnos en el mundo de las artes marciales.
El segundo paso era adquirir un bonito pijama blanco al que llaman kimono.
Fuimos directamente a la tienda recomendada y escogimos la talla adecuada. Aún no habíamos empezado las clases y no habíamos dejado de reírnos a costa del famoso Taekwondo. Nuestra imagen ante el espejo equipados para el combate impresionaba.
El empleado de la tienda preguntó:
- ¿Qué color de cinturón les doy?
- ¿Y qué colores tienen?
La cara del dependiente, alto, fuerte y grande como un armario ropero, no infundía mucha confianza tras la respuesta y aunque elegimos el negro porque quedaba muy bien sobre el pijama blanco acabamos saliendo con un cinturón completamente blanco. No nos dio opción.
Olvidé comentar que Satur es un tipo de estatura media y exageradamente delgado por aquel entonces. En las pizzerías pedía la pizza sin queso. Un tipo fenomenal.
Empezaron las clases. La primera parte de la clase era de acondicionamiento físico, la segunda era de técnica y al final se trataba de repartir estopa al menda que te colocaran delante.
Satur y yo superábamos en mucho la media de edad de la clase pero ello no fue suficiente para evitar que recibiéramos lo que no está escrito.
No voy a entrar en muchos detalles de la clases pero si sobre los resultados a final de temporada.
Forma física la justita.
Técnica. Nos examinaron del cinturón blanco-amarillo y lo superamos con éxito.
Combate. Aquí fue donde dimos el do de pecho. Descubrimos que golpes y patadas se acompañaban siempre de un fiero grito que aturdía al rival. Sin duda que alcanzamos las más altas cotas de refinamiento en el grito que acompaña a los golpes. Lo practicábamos durante todo el día incluso en horario laboral y a no ser por las risas que nos provocaban nuestros gritos habríamos pasado por cinturón negro enésimo dan (o más).
Hace tiempo que no veo a Satur pero con toda seguridad que si nos viéramos recuperaríamos al instante nuestro grito que en el Taekwondo nos llevó a vencer a tantos rivales. De risa.
.
En uno de mis primeros empleos coincidí con Satur.
Satur y yo entramos en la empresa de equipamiento científico al mismo tiempo y rápidamente congeniamos. Ambos estábamos solteros y en un periodo “entrenovias”.
Al terminar la jornada laboral aprovechábamos para tomar una cerveza por el barrio. Vivíamos relativamente cerca y al volver a casa pasábamos frecuentemente frente a la puerta del gimnasio del barrio.
Aquel día pudimos leer en la puerta del gimnasio:
- Abiertas las inscripciones para las clases de Taekwondo.
Nos miramos a la cara y sin cruzar palabra entramos directos a la recepción del centro.
La señorita de recepción avisó sin dilación al profesor de artes marciales para que iniciara los trámites de inscripción y nos introdujera en el singular mundo de las artes marciales.
El interrogatorio para poder entrar en el selecto grupo de alumnos lo superamos con facilidad pues fue suficiente con que respondiéramos al unísono a la primera pregunta:
- ¿Han practicado antes artes marciales o conocen el taekwondo?
- Sin duda. Hemos visto todas las películas de Bruce Lee y alguna de Chuck Norris.
Primera prueba superada, estábamos admitidos en el nivel de principiantes y salimos del gimnasio ansiosos por iniciarnos en el mundo de las artes marciales.
El segundo paso era adquirir un bonito pijama blanco al que llaman kimono.
Fuimos directamente a la tienda recomendada y escogimos la talla adecuada. Aún no habíamos empezado las clases y no habíamos dejado de reírnos a costa del famoso Taekwondo. Nuestra imagen ante el espejo equipados para el combate impresionaba.
El empleado de la tienda preguntó:
- ¿Qué color de cinturón les doy?
- ¿Y qué colores tienen?
La cara del dependiente, alto, fuerte y grande como un armario ropero, no infundía mucha confianza tras la respuesta y aunque elegimos el negro porque quedaba muy bien sobre el pijama blanco acabamos saliendo con un cinturón completamente blanco. No nos dio opción.
Olvidé comentar que Satur es un tipo de estatura media y exageradamente delgado por aquel entonces. En las pizzerías pedía la pizza sin queso. Un tipo fenomenal.
Empezaron las clases. La primera parte de la clase era de acondicionamiento físico, la segunda era de técnica y al final se trataba de repartir estopa al menda que te colocaran delante.
Satur y yo superábamos en mucho la media de edad de la clase pero ello no fue suficiente para evitar que recibiéramos lo que no está escrito.
No voy a entrar en muchos detalles de la clases pero si sobre los resultados a final de temporada.
Forma física la justita.
Técnica. Nos examinaron del cinturón blanco-amarillo y lo superamos con éxito.
Combate. Aquí fue donde dimos el do de pecho. Descubrimos que golpes y patadas se acompañaban siempre de un fiero grito que aturdía al rival. Sin duda que alcanzamos las más altas cotas de refinamiento en el grito que acompaña a los golpes. Lo practicábamos durante todo el día incluso en horario laboral y a no ser por las risas que nos provocaban nuestros gritos habríamos pasado por cinturón negro enésimo dan (o más).
Hace tiempo que no veo a Satur pero con toda seguridad que si nos viéramos recuperaríamos al instante nuestro grito que en el Taekwondo nos llevó a vencer a tantos rivales. De risa.
.
Comentarios
Cuando estás frente a los MBA de tu querida empresa, ¿utilizas el grito de guerra?