Ahora que empiezo a recibir como en carne propia los resultados académicos de mi hijo me viene a la memoria los comentarios de mi padre cuando flaqueaban mis ganas de perseverar en el estudio. A la edad que mi hijo tiene ahora, casi 10 años, la vivienda de mis padres estaba situada en el conocido barrio de “La isla perdida” de Valencia. Desde la ventana de mi dormitorio tenía una despejada vista que tenía como edificio reconocible más cercano el “Chalet de Ayora”. Entre las huertas que podía divisar desde mi ventana estaban las perreras que albergaban los galgos que corrían en el canódromo de Valencia. En las instalaciones de la perrera había una pequeña pista de tierra donde los galgos entrenaban y un par de veces al día sacaban los galgos a pasear por los alrededores de la perrera. Varios empleados salían del recinto de la perrera portando de sus correas a más de una decena de perros cada uno. Y durante un buen rato se podía ver por los caminos de huerta situados frente a mi v...